LII Promoción FCOM UNHace poco más de una semana, mi hermano pequeño se graduó. Trece horas de viaje en coche, en total, para treinta y seis horas de intensa experiencia familiar: el peque ha acabado la carrera y todos queremos estar allí.

Pero más allá de la vivencia familiar que irá a llenar un álbum de fotos, que de momento está en facebook y un lejano día estará sobre papel, el acto académico (al que acudía sin ninguna especial espectativa) provocó en mí algo inesperado. Creo que más de uno de los presentes en la ceremonia que tuvo lugar en el Baluarte de Pamplona el pasado 1 de junio pudo experimentar algo similar.

Cinco y media de la tarde, un auditorio lleno y sobre el estrado, aparecen como un enjambre de moscas de negro 150 jóvenes recién graduados (así se llama ahora) enfundados en su larga toga, peluquereados y sobre altos tacones, en el caso de las chicas. A simple vista, una hornada de 150 individuos que en los balances del año que viene, serán una cifra más en el el paro juvenil, o en la suma de jóvenes con contrato precario o bien, en el mejor de los casos, de emigración de recién graduados, o lo que hasta ahora siempre habíamos llamado, emigración.

Sin embargo, a lo largo de la ceremonia, las palabras de algunos de estos jóvenes y sus profesores, así como la actitud de todos ellos, fue poco a poco borrando la imagen descrita anteriormente, sólidamente construida en el imaginario de todos, y la evidencia se impuso, al menos, en mi caso. Tenía delante 150 nuevas oportunidades, en su toga, bajo su peinado, y la mitad, sobre sus tacones de impresión.

Se mencionó la crisis, es cierto, y el Plan Bolonia también, no sin ser acompañada de dosis de humor. Pero los discursos fueron, en esencia, los discursos de los recién graduados de todas las épocas: valentía, decisión y amor a una profesión que apenas conocen pero que muchos aman ya con pasión. Se habló de luchar por un sueño, de ser fiel a lo que uno quiere. Por formación personal, me removieron especialmente las palabras de la delegada de Periodismo: No perder nunca el hambre de tener hambre. De tener hambre siempre de historias. No perder el olfato para detectarlas ni la entrega en narrarlas.

Ese hambre, ese espíritu, esa pasión, escapa de cualquier valoración demográfica y estadística. Está, en cambio, muy dentro de cada persona y es, en efecto, la luz que guiará la trayectoria de cada uno de los presentes sobre el estrado del Baluarte en el día 1 de junio: no así los porcentajes, no así las cifras del INEM, no así un alud de titulares que, desgraciadamente, empequeñecen esa luz que hay dentro de cada uno de nosotros y que es la única realmente decisiva en nuestro futuro.

¿Una propuesta? Apagar el televisor y cerrar los periódicos y, cuando sea posible, asistir a una graduación. Por otro lado, mi más sincera enhorabuena a toda la promoción LII de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra y, especialmente, a mi hermano, que se la tiene muy pero que muy merecida.