Ha pasado más de un mes y medio desde que llegaste a nuestras vidas. Lejanas quedan las sensaciones de un parto que fue más largo y más duro de lo que esperábamos. Cruzamos juntos un desierto yermo, descalzos, sobre tierra árida, seca y resquebrajada, bajo un sol abrasador. Abrimos esa grieta de par en par con una fuerza que no sabíamos tener, una fuerza salida de dentro, tu fuerza. Y así, llegaste tú, tan húmedo, tan cálido, tan vivo… recuerdo de tus hermanos y a la vez, singularmente tú. 

Y empezó nuestra vida contigo. Poco a poco fuimos encontrando, cada uno, nuestro también nuevo lugar en ella

Pero si de algo me he dado cuenta, es que nuestra vida contigo, nos está haciendo, a todos, crecer en amor. Amor al ver tu sonrisa por las mañanas, amor al mecerte de madrugada tratando de no caer dormida; amor en las tomas plácidas al pecho en que te duermes mirándome, amor en ese biberón que hubiera preferido no darte; amor cuando los planes en familia salen redondos y amor cuando se desbarajustan a causa de ti; amor a tus hermanos, a la ternura de cuando os veo juntos y a sus regresiones a causa de tu llegada; amor a nuestra actual vida de pareja, a cuando tenemos unos minutos de paz para mirarnos, y al resto de horas en que nos cruzamos por el pasillo cada uno ocupado y a veces, superado, en su actual ocupación; amor a la plenitud de tenerte y a las cosas que han quedado atrás desde tu llegada.

De todo eso es de lo que está lleno nuestro día a día, de amor que regala y de amor que exige. Así son las primeras líneas de nuestra historia de amor contigo, de esta vida que ya no imaginamos, que pudiera seguir sin ti.